martes, 5 de mayo de 2015

Baños crepusculares en el Parque Nacional Eduardo Avaroa



Baños crepusculares

Después del espectáculo que nos ofrecieron las gargantas de la tierra, los ronquidos y eructos del barro en los geiseres del Sol de mañana, continuamos el rumbo hacia los lodos crepusculares y baños matutinos: era la ruta prevista. Es una zona donde el agua y el vapor surgen de la tierra de una manera imprecisa, parece que estamos encima de una caldera y el vapor emana del suelo como si fueran poros abiertos que supuran sudor. Aquellas aguas destiladas y filtradas por la tierra se conducían a un pequeño riachuelo y después se unían todas juntas hasta formar una laguna de buenas proporciones. Alrededor de la laguna hay buenos pastos y se nota el cambio de temperatura en aquel valle extraño. Los flamencos, llamas, guanacos y otros animales aprovechan las condiciones que genera aquella lluvia ígnea…






En un rinconcito del riachuelo, “posiblemente inicio del mismo”, han construido un baño con unos bloques de cemento: ¡una chapuza más! También han levantado unas casetas para que la gente se pueda cambiar y unos retretes que se les podría dar el título de los más sucios y desgraciados de la tierra. Tanto que tuve que discutir con el que cobraba el servicio. Casi un euro por sentarte encima de la porquería de los demás. Le dije todo lo que pudo salir por la boca y él ni se inmutó, siguió dando papel higiénico a seis bolivianos la tanda. Bolivia es un país con buena gente, pobre pero buena gente. Tiene costumbres que cuesta entender, por ejemplo hay que pagar por cagar y no poco: es tan caro como comer…

Como en mí la disposición y el ánimo siempre son buenos, en estos casos de indolencia me suelo alterar: no lo puedo soportar... qué hacía aquel hombre todo el día vendiendo trocitos de papel en un desierto? Allí sólo acudía la gente a primera hora de la mañana.

Los compañeros se metieron al agua y disfrutaron de aquel momento singular: el paisaje, la frescura de los montes, el origen expresado en cada piedra lo merecían. Pensé que aquella era una postura inteligente. Nada puedes hacer cuando los hábitos están tan instalados, así que miré la laguna, contemple las nieblas de la tierra, respiré las fragancias del valle y me puse a hacer fotos sin cesar. Ahora puedo evocar todo aquello con testimonios virtuales que me complacen mientras tomo el café…

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