lunes, 7 de octubre de 2013

La roca de la Comella







La roca de la Comella

La plaza era un espectáculo en silencio, ¡espléndido! Desierta y sucia, llena de escombros. En aquel momento su desamparo era evidente y su pasado, su gloria, invitaba en soledad. El cielo vestía alguna nube sobre el azul mediterráneo, y la claridad iluminaba los detalles con precisión generosa. La luz era limpia, transparente, descriptiva y misteriosa, dibujaba los detalles hasta instalarlos en los ojos. El viento del mar acompañaba el momento y traía un zumbido casi imperceptible a los oídos, era aliento vivo que invadía los sentidos hasta saturarlos. La roca del suelo emergía aquí y allá, se calentaba al sol y se vestía con líquenes diminutos.
¡Así encontró la Comella el día de todos los santos!
En aquel lugar de abandono y de historias temerosas, el duende inicial fue conduciendo el pensamiento a una locura dulce, a una seducción que le cambiaría la vida para siempre. Era un canción añorada que reproducía un sueño casi olvidado, una letanía que repicaba los sentidos día y noche. Decía esa voz…
-¡Hay que restaurar el paraíso! -
Sin saberlo, una aventura cargada de trabajo y fatiga acababa de nacer y con ella se podía doblegar el destino de un enterrador de secretos. En aquel momento nació el compromiso de hacer de aquella roca ardiente un jardín, un lugar para que la vida resplandezca junto a los requiebros del pensamiento.
Entonces respiró hondo, miró el suelo y se puso a cantar.

En esta tierra abandonada fundaré mi hogar,
y sobre esta roca enjuta cultivaré un jardín esperanzado.                                                      
Con estos muros derruidos levantaré un fortín
y caminaré sus senderos hasta que aguanten los huesos.
Dormiré como la hierba en sus sueños placenteros
y cantaré junto a los árboles que han de nacer.

Al final del proceso, también sollozaré sobre el pasto seco.

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