jueves, 19 de septiembre de 2013

Irina

Relato dedicado a Adelina María. Inspirado en Irina, la amante de Safo.

Irina

Irina era una máquina voraz, una autentica trituradora de sentimientos amorosos. Tenia un carácter brioso y no soportaba que le contradijeran en nada y menos que la mirasen con respeto; eso la debilitaba y humillaba. En ella todo era combatir para sentirse viva... Aunque caminaba aguerrida y con esbeltez, exhibiendo su porte, se sentía confinada en su melancolía, prisionera pero complacida dentro de su cuerpo delicado y bello. En él permanecía extasiada los días completos, se sumergía entre el flujo de la horas en un sueño jugoso y placentero; ¡era como ninfa Calipso, una cazadora del amor! Tenía bien asumido que su cuerpo era el estuche de su alma y esta era un perla valiosa que podía manipular a capricho los sentimientos de los amantes. Lo sentía así y lo expresaba con plenitud en todo lo que hacía. Sobretodo lo observaba en los amorosos ojos de sus víctimas, todos cedían ante el cimbreo de su cintura y el movimiento de sus senos templados. Sus conquistas formaban un edén personal, un cuadernillo de memorias que alumbraba su mente hasta dejarla embriagada de felicidad; al leerlas y recordarlas se sentía poderosa, sensual, irresistible y mujer…

No obstante era tal el ímpetu de su carácter, su divina carga de estrógenos, que algunos hombres la temían, y como Ulises, huían ante aquella poderosa demanda femenina, aquella vanidad y lujuria exuberante que sólo se podían llenar con paraísos de papel impreso. Todo se ha de decir, también huían ante la posibilidad de quedar ridículos, anulados en el lecho, empequeñecidos ante sus demandas insaciables.

Así pasó el tiempo hasta que Irina contempló el devenir de su destino, muchas veces sintió en el pecho como los pretendientes huían y con su marcha dejaban un vacío insondable y aumentaba en su pecho la amargura de la soledad. Constató que con ella sólo tenían éxito los diminutos, los que buscaban protección materna, los que pedían un pecho para amamantarse y un cuerpo para descansar su alma de niños. Así pasó un tiempo precioso para Irina, hasta que se sintió cansada, derrotada y enferma. No obstante seguía con su narcisismo obsesivo, le dominaba aquella adicción al notar su temple excelente y a la vez sufrir los ahogos permanentes de la mujer que se marchita sola.

Ante el espejo, en la soledad del lecho, también como Safo se contemplaba y embelesaba como las ninfas. También como la poetisa se acariciaba con suavidad deslizando los dedos entre un tanga diminuto. Era un ejercicio diario y lo hacía con devoción permanente…

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