sábado, 23 de marzo de 2013

La mirada creativa

Espacio mínimo. Riera de Maspujols, 1978


La mirada creativa

La creación es implícita al ser si este se encuentra unido a la construcción del mundo, si es capaz de sentir intuitivamente como se recrea la gran obra a cada instante. El universo es un templo asombroso y un solo átomo es una réplica microscópica de su esplendor. En sus espacios inabordables podemos entrar con la mente y sentirnos como dioses. En ciertos momentos tenemos estas intuiciones y en el silencio de aquel templo diminuto nos vemos numinosos, ingrávidos e inmortales.

La escultura-templo se hace expresión del lugar sacro, es un oratorio sombrío que inquieta y estremece. Es un lugar para poner los pies con firmeza, sentir la soledad del ser y experimentar la integración absoluta con la materia. Entre sus muros silentes se descubre la unión de los contrarios, el cuerpo físico cohabita con la energía que desprende los cortes de roca. Ella es presente en todas las direcciones, se cuela por los poros y anima los sentimientos. No puede ser de otra manera, la temperatura irradiante entra y sube hasta la mente y se convierte en palabra, en reflexión sobre la sutil presencia de la realidad estética.

El hecho de estar unido a la naturaleza mineral nos subyuga, nos unce a sus movimientos, a sus leyes y procesos. Su palabra muda nos enlaza con lo esencial y nos anuncia el momento de callar; es el perfume metálico que se destila en la vida y nos recuerda que estamos en proceso, que somos un cuerpo burdo que dispone de un tiempo limitado para sentirse y pensarse. En ese instante de consciencia nos enlazamos con el fondo material, nos sentimos dentro de la roca y formamos parte de ella. Es entonces cuando su naturaleza se modifica y se transforma en reflexión y de ella sobreviene un acto transcendente e innovador. Entre sus sólidos pliegues constatamos como el signo material se ha hecho pensamiento; ¡ahora ya es sentimiento que nos transforma!

En nuestra imaginación sucede todo, es un espacio singular donde se manifiestan los cambios y lo que acontece se deviene en emoción, ella es la marmita de los milagros. Al interactuar con el mundo, pongamos como límites los muros de el diminuto templo, nos damos cuenta que en la mente ocurre un suceso extraordinario, la piedra que nos sustenta se hace imagen en la memoria. Un surco se graba en la mente y en él queda inciso el recuerdo. En la pantalla mental la mutación misteriosa pasa de impulso material a pensamiento; ¡así se deviene en acto creador! Así lo constatamos al sentirnos transformados, al notar como el contacto con la piedra se deviene en pensamiento. Pongo los pies en aquel suelo frío, duro, enjuto y siento su firmeza como parte de mí, eso me reconforta por un instante. Los muros marcan los límites y todo se dibuja en lo concreto, lo físico, no obstante la mente entra en un estado de turbación, en una turbulencia emocional; los sentidos se activan, se conmueven y pueden hacerte llorar. Así percibimos como la roca transforma la mente y se deviene en llanto.

Todo este discurso resulta demasiado fantástico, pomposo y afectado, pero no es difícil de entender. No deseo vestirlo de hermetismo para alejar su comprensión, deseo que su existencia me resulte cercana, familiar, fácil de asimilar y accesible para todos. Pienso que la creación es aquí un estado conceptual que nos permite ser divinos y el hecho me cautiva. La realidad estética es fácil de practicar, en verdad sólo tenemos que soplar el polvo del tiempo y mirar como se presentan los cambios, como se funde nuestra acción en una realidad nueva, estética, asombrosa y admirable. Quiero decir que con sólo el hecho de observar el paisaje ya lo modificamos, lo situamos en el contexto de la reflexión y así se deviene en acción estética, en mirada transformadora.

Al trazar una línea imaginaria, una acotación como idea, ya estamos modificando la realidad. Si dibujamos una línea que una los vértices de la montaña, que relacione sus cumbres con la intensidad de las emociones que provocan, ya estamos modificando su geografía. Al dibujar su gemido sobre el cielo y dejarlo volar en la mente como si fuese una semilla, ya contribuimos a la fecundación de la tierra. Si soplamos un diente de león y lo vemos como se desliza por el aire, ya lo estamos viviendo de manera creativa y al instante notamos como se activan las percepciones inusitadas. Son los sentidos los que nos informan sobre la realidad estética, después las intenciones le cambian el valor.

Si tomamos una piedra, la lanzamos al aire y posteriormente vemos como cae en vuelo libre, como se deja sentir para predecir la caída, si miramos su fino trazo y constatamos como se desvanece al instante, ya estamos contribuyendo en un acto de encuentro moral con los efectos de la naturaleza. Al escuchar su desplome y acariciar la herida que deja en el suelo, provocamos el encuentro causal y asumimos el compromiso ético y estético.
Sí, así lo he decidido. Podría arrojarla con otra intención y hacer daño…!

Son actos conscientes, leves, sencillos y entregados, pero hay que dejarse traspasar por ellos. Al hacerlo con la intención de aprender, con la curiosidad de sentir emociones incontestables y abiertas a lo asombroso, caemos en la cuenta de que somos parte activa del juego que impone el eterno respirar del mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario