domingo, 13 de enero de 2013

Teodora de Bizancio



Mosaico. Retrato de Teodora en Rávena. 
Teodora de Bizancio
La mujer que vio todo lo que la vida suele mostrar

Escribe Procopio de Cesarea en Historia secreta, que en la Constantinopla del 500  apareció Teodora venida de una familia chipriota que trabajaban en temas circenses. Con muy pocos años Teodora zanganeaba por el hipódromo donde su padre trabajaba como domador de osos y sus hermanas acariciaban los genitales de los soldados a cambio de monedas de bronce. En este escenario sin bordes pasó la infancia, sintió la desolación del alma y el desamparo absoluto. Pasó hambre y frío, sufrió injusticias inimaginables y conoció las pasiones humanas en su total desnudez. Sufrió abusos carnales sin invención y se cuenta que perdió la virginidad con un compañero de actuación en el tiempo que permite un entreacto.
Explica Procopio que al morir su padre, su madre tuvo que llevar al hipódromo a las tres hijas como suplicantes. Les puso guirnaldas en el cuello y las presentó a los Verdes, el bando donde trabajaba con los osos; estos le negaron ayuda. Entonces lo hizo ante la fracción de los Azules y estos sí, para mostrase generosos le dieron protección. La rivalidad entre bandos no era solo por el color, significaban contenidos políticos y religiosos, diferencias que creaba conflictos y hasta guerras civiles. Desde entonces quedaron bajo la protección de los Azules, pero esto no equivalía al sustento. En aquel tiempo las niñas sin recursos no tenían otro modo de vida que trabajar en el teatro y ejercer la prostitución para “redondear” el sueldo.
Con menos de diez años Teodora ayudaba a su hermana Komito en los números teatrales, de esta manera se introdujo en el espectáculo y aprendió la crueldad de la vida situada en la primera fila de las vanidades humanas.  Muy pronto tomó la determinación de actuar y su talento se reveló con luz propia. Sin disponer todavía de un cuerpo de mujer, sin tocar ningún instrumento medianamente bien, sin tener buena dicción ni capacidades en la oratoria y menos aún habilidades para recordar los textos; Teodora gustó al público porque tenía el don de excitar a los hombres con sus gestos y su frescura primaveral.
Gesticulaba con todo el cuerpo y narraba chistes impúdicos hasta la erección. Se movía como Elvis mientras caminaba, cuando bailaba hacía contorsiones violentas, se retorcía suave y lúbricamente como Marilyn (Estos han sido teloneros segundones). En ocasiones se presentaba en público casi desnuda galopando la cuadriga de caballos de bronce que hoy presiden la fachada principal de la Basílica de San Marcos en Venecia. Fueron a parar allí después de la IV cruzada, en el saqueo de Constantinopla en 1204.
De esta manera provocaba el escandalo moral y subvertía la ley en su raíz esencial; la formación de los niños. Con suma habilidad se abría paso en la vida; a ojos del público representaba el ardor heroico y sensual por excelencia. Vivió la sordidez del negocio, comió como las actrices y meretrices y tubo que sentir en propia carne las fantasías más desquiciadas que soñaban los pederastas del imperio. Entre aquellos seres sin alma conoció con diáfana claridad de que pasta están hechos los humanos. Constató como construyen las reglas y a su vez como las pervierten. Vio subvertir los valores con una sola palabra, en que lugares modelan el pensamiento y con que sutileza se inventan así mismos. Se percató como la vida se viste de hipocresía y sintió en su propio cuerpo con qué maestría es manejada por los nobles. Sin menos asombro, ya que ese saber lo contenía en su sangre, constató hasta la saciedad la brutalidad directa, sin matices ni medida, que hacen servir los plebeyos cuando disponen de una brizna de poder. Pudo ver con ojos de niña con que facilidad cambian los poderosos sus opiniones para manejarse en el mundo y sobretodo, aprendió que cómodos y dóciles suelen ser los pensamientos simples si pueden comer. Decía:
-El pueblo es pan sin levadura; según conviene se le ponen los ingredientes en las canciones de cuna.-
Lo que mejor experimentó y amó hasta el final de sus días fue el sabor fascinante del poder. Supo intrigar con maestría en todos los ámbitos ya que en el lecho aprendió lo más importante. Entre sábanas de seda, el lugar sagrado para las intimidades, asimiló como los hombres se hacen niños de pecho ante una hembra bien armada. Allí era fácil entender como se manejan las emociones, como fluye la generosidad y la renuncia al honor llega sin tropiezos. Es el lugar de entrega, donde aumenta la ambición y en ocasiones actúa el valor y la cobardía. En la universidad de la alcoba, Teodora precisó su carácter, ajustó sus ambiciones y diseñó parte de lo que sería su vida futura.

Caballos del hipódromo de Constantinopla, llevados a Venecia 1204 tras el saqueo.

La creadora
Clarividente y siempre ávida de llegar más lejos en sus representaciones, se propuso ser novedad en la escena, y la verdad, sus espectáculos no dejaban indiferentes a nadie. Hacía todo lo posible para excitar al público y lo conseguía con autoridad merecida. Realizó tantas hazañas primorosas, tantas escenas de escandalo, que con 16 años ya era la prostituta más valorada y acreditada de Constantinopla. Sus espectáculos debieron causar una impresión inolvidable ya que es lo que ha quedado como acontecimiento extraordinario.
En cierta ocasión Teodora representó una obra clásica: Leda y el cisne. En la performance (habrá que convenir que ella inventó el término), quedó tumbada ocupando el escenario y con la mirada puesta en el cielo. Mientras permanecía totalmente desnuda y en silencio, el público estiraba el cuello y esperaba atónito lo que iba a suceder. Después de un tiempo ajustado, unos asistentes le extendieron granos de cebada sobre el cuerpo; especialmente entre las piernas, muslos y pechos. Seguidamente, sustituyendo al cisne, soltaron unos gansos hambrientos que, como es natural, empezaron a picotear el grano mientras ella fingía con gritos y contorsiones que la estaban violando. Los gestos y retortijones eran tan convincentes que el público recibió con éxtasis las supuestas sacudidas que el picoteo le producía. Al terminar se levantó y salió de su mudez mostrando su bello cuerpo al público en todas las direcciones. Con un aullido gatuno invitó a todos los presentes a hacer una ronda lujuriosa con ella por un módico precio. El público crujió en una ovación sin tregua; dicen que aquella noche llenó las arcas y con ello se independizó de sus protectores, el bando de los azules. Era legal que de sus ingresos como prostituta, una parte la entregara al maestro de danzas por gastos de protección.
Con el éxito de estas actuaciones le llegó el dinero y con él la independencia. Hizo una sociedad de mujeres entre las que se encontraba su amiga Antonina. Abrieron su propio local y sin exagerar los términos, fue el lupanar más visitado de todo el Imperio Bizantino. Pronto se cansó del negocio, conoció al gobernador de Pentápolis, una lejana provincia de África y se fue con él en calidad de amante. Tubo una hija que abandonó igual que su amante hizo con ella. Se cuenta que el gobernador sospechaba que él no era el padre y dejó a Teodora al vuelo de su destino. De regreso, pasó por Alejandría y conoció al hombre que determinaría su pensamiento. No era un militar, ni un político, menos un rico mercader, era un religioso, ex patriarca de Antioquía llamado Severo, un sabio que Roma retiró del cargo por practicar la herejía monofisita. (Durante 1000 años, las mayores preocupaciones humanas no fueron los conflictos territoriales, las lenguas, los problemas étnicos, las diferencias raciales, las desigualdades sociales o los problemas de clase; ¡fueron las discusiones teológicas sobre la naturaleza de Cristo! Es una tentación entrar en el tema para entenderlo, pero si me meto en ese laberinto no terminaré el relato nunca.)
El cambio
Severo era hombre sabio, experto en las Sagradas Escrituras y Teodora se le representó hermosa y arrepentida como María Magdalena. Se aligeró en él como un río de aguas trasparentes, le vació su mente saturada de miserias humanas y sufrimiento devenido por la condición de ser mujer. Severo la escuchó tantas veces como ella quiso, en ella vio el fermento de la salvación del alma, la justificación del sacrificio de Cristo. Por su parte, Teodora se transformó interiormente; por primera vez en su vida hablaba con un ser extraordinario, un hombre que no deseaba su cuerpo y que le acariciaba sin tocarla, le aportaba luz a la mente con un placer antes desconocido. Fue así como Teodora descubrió un mundo interior que desconocía por completo, un ser que habitaba en ella y que era inmensamente grande. Teodora encontró en Severo una razón que culminaba sobradamente todas las ambiciones que había conocido, la grandeza del espíritu que busca transcender y el valor humano que anhela la eternidad.
Cuando marchó de Alejandría en su viaje de regreso a Constantinopla, Teodora llevaba con ella la semilla del monofisismo, ideal de vida que arraigaría para siempre en su carácter indomable. Tres años después de su marcha y tras sufrir como nunca, Teodora llegó a Constantinopla dispuesta para los cambios más sorprendentes de su vida.

Seguirá...

1 comentario:

  1. ja veus Rufino, les coses en els anys no han canviat tan, seguim sent les mateixes bèsties que treuen profit del feble...i el feble s’enforteix

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