lunes, 23 de julio de 2012

El lecho


Johann Heinrich Füssli. 1781 La pesadilla. ( El íncubo) 101 X 127.  Detroit. EE.UU

El lecho
Las noches para Lucía son la suma de horas eternas y en el duermevela acaricia los instantes con ansiedad, se humedece y despierta lujuriosa. Con las manos inquietas busca donde asirse, donde afianzar el cuerpo, entonces cubierta de lagrimas se recrea el encuentro soñado con el Ausente. Sin saberlo se destruye lentamente, el cuerpo se descompone y sin control expulsa las deyecciones hasta que su cuerpo queda frio. Hurga en evocaciones que avivan deseos inconfesados, inventa situaciones heroicas que nunca existieron, recrea el pasado y lo aumenta hasta extremos indecibles. Volteada en el lecho recrea todas las fantasías posibles y en el terreno amoroso hace venir todo a su medida. Como Procusto hacía con sus amantes y victimas, ella recorta los pies de la realidad para ajustarlos a la disposición del lecho.

Hoy te recreo
Con dientes de diablo
Hago un collar

Ella está confundida hasta el entrecejo, no distingue lo que siente con aquello que desea sentir, devora con ansiedad las imágenes del pasado, evoca situaciones prohibidas en su concepción moral e inclusive, piensa que sus manos tejen con sigilo la malla de la tarántula. En su mente se ha formado el nudo gordiano y disolverlo es cuestión de tiempo y paciencia. En estos trances el Chacal tiene un gesto de caridad y susurra madrigales en el aire, los alienta por la boca del amado y los deja caer como respiros de la fatalidad. Es una simulación perfecta, invoca al Ausente y crea la situación propicia para una alianza misteriosa. Él lleva el trasiego de un deseo penitente, el de ella, lo acaricia con pensamientos animosos y los expresa de la siguiente manera.

Jugos de tierra
Recojo en tus senos 
Flor de la brisa

Lucía está prendida con lazos delicados y difíciles de comprender: junto a los impulsos amorosos están las promesas, el sentido del deber, la fidelidad… Todo su mundo imaginario ha formado un nódulo donde las contingencias universales se encuentran en litigio y en su cuerpo se debaten en la gran batalla. Un cuadro desordenado y terco que hace que sus ardores le atormenten hasta el desvarío. Cada noche se consume entre sollozos y suspira dentro de esta copa de barro.

Con un solo adiós,
con  un  solo  beso,
 ayúdame a pasar
las sombras;
noches
vacías,
cargadas 
de largos suspiros.


Así seguía su personal duelo, mortificada y plena de melancolía se confiaba en el remanso de la noche. Caminaba sin brío, movía los pies con un cansancio infinito, un trecho corto la dejaba aturdida, sola y vencida al borde del abismo. No obstante luchaba, no se dio por vencida y en los momentos más sombríos pensó que ella era una partícula necesaria en los engranajes de la vida. Entonces recogía el agua de lluvia para baldearse los ojos, tomaba a bocanadas llenas las oleadas del viento, miraba la lejanía y dejaba marchar los más hondos suspiros. ¡Como un árbol desganado, decaía!

 -No puedo más. Qué puedo hacer. ¡Es tiempo de rendición!-

Para no olvidar nada y revivir el pasado ha hecho del amado un bucle ensortijado en su memoria, una diadema de recuerdos anudados al infinito. En ocasiones se contrae como un puño, entonces, como Gustav Klimt se abrazó así mismo en “El beso”, en el goce amoroso de la pintura, ella lo recrea en un cuerpo imaginario, invisible e inexistente; en él deja caer sus besos apasionados, sola en el dormitorio. Se coge los pechos como las diosas madre, estira el cuello hacia el cielo, contorsiona la boca y unce su cuerpo con abundantes lágrimas. Se anuda a sí misma y ondula sus evocaciones como una lombriz cuando hiberna. Grita por los corredores, por las ventanas y balcones, dice.

-¡Tómame, solo puedo vivir si tu eres el que alimenta mi sueño!-

Transcribo sus murmullos ya que para vosotros son inaudibles… Reproduzco su dolor ya que para vosotros es un espejo invertido, resumo con palabras torpes el timbre de su poder ya que en él respira el hálito de la vida.
-Estos brazos son tuyos, también estas caderas de madre, ahora sedientas y con los pechos resistentes, erguidos como los de una miliciana…-

Sigo atento a los murmullos, ¡son letanía interminable! Escucho y escribo de manera mecánica, es un relato que se hilvana entre los muros, se teje en el crujir de las vigas, se expresa en el batir de las ventanas y se hace presente en el zumbido de los mosquitos.

-Tu dispones mi organismo como un catalizador aéreo. Con los ojos lo dejas ajustado al deseo, lo fascinas con el fulgor de un íncubo; como un contrabajo lo afinas. ¡Amor! esta noche lo has dejado dormido con cinco plenos seguidos…-

Ya veis que su entrega en el lecho es total y sus orgasmos la elevan a cotas inalcanzables para el común de los mortales. En el momento culminante su boca deja ir un lamento indescriptible, un maullido destilado en las fuentes del placer, sus ojos se contraen, se ajustan entre en la mueca de dolor y el rictus complacido de la muerte. Su cuello se tira hacia atrás y el color del rostro se ilumina; entonces aparece el milagro, rejuvenece veinte años en un segundo.
Él le contesta con cierto tartamudeo y de manera poco clara; bueno, así lo interpreto yo, con mucha voluntad por mi parte escucho lo indecible y pongo voz al murmullo… En ocasiones no oigo otra cosa que un pitido, pienso si será la prolongación de los acufenos crónicos que padezco. Entonces tengo que inventarme toda la oración. Por mi parte se convierte en un acto profanador; ¡es igual, nadie se entera de la añagaza que hago servir! Ahora creo que dice…

Tengo espasmos
Como doce gorriones
En el tejado

Mirad bien lo que interpreto, más o menos es lo que desentraño del rumor lejano, tan lejano como el vuelo del cóndor. Confieso que he hecho esfuerzos considerables para afinar el oído. No quiero hacerme pesado en la transcripción, al fin y al cavo lo importante es el relato, ¡qué más da como llega hasta vosotros…!

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