miércoles, 18 de abril de 2012

Lupanar



Ventana del asombro. Ensayos en el inicio del camino. 2008-010


Lupanar


Me lo narró todo en un estado de confesión, todavía excitado y con una sonrisa incipiente en la comisura de los labios… Por mi parte soy indigno de su confianza al relatar los hechos aunque sea de manera sesgada y omitiendo lo más escabroso. Por lo tanto, arrepentido y pesaroso dejo también un registro repugnante de mi baja ascendencia humana. No me perdonaré nunca haber profanado su palabra, pero ahora estoy necesitado de espacio mental; tengo que sacarme estos lastres del pensamiento para que entren aires nuevos... ¡Es cuestión de sobrevivir!

A los doce años se fue a Zaragoza, deambuló por el Tubo durante días hasta encontrar la mujer del placer que presentaba la máxima semejanza con Lucía; buscaba con fervor a aquella que tenía encajada en la memoria. No la encontró y se tuvo que conformar con un ligero parecido.

La miró frontalmente y le dijo con aire imperioso:

⎯Vamos…, pero con la condición de que no hables ni una sola palabra; ¡si dices algo no te pago!⎯

A ella le debió hacer gracia aquel tono altanero en el rostro lampiño de un zagal. Seguidamente llamó un taxi, se acomodaron dentro y al instante arrancó con chirriar de ruedas. Sin que mediaran palabra tomó el rumbo; el taxista conocía muy bien el destino. Ya en las afueras de la ciudad entraron por caminos de tierra bordeando los brazales y las cañas secas. Al final llegaron a un caserón oscuro, no tenía luz eléctrica y las estancias se alumbraban con grandes cirios y bujías de carburo.

El olor de la estancia era una mezcla indecible de fermentos en acción, todo quedó grabado en su mente como en una plancha de cobre.

Según las instrucciones de su catequista y las imágenes que le había mostrado de un libro oscuro (Le dijo al oído que era de Dante el alegre…¿?), aquella casa era el lugar de la destrucción del alma...

Pensó en un intervalo sin medida, se sumergió en la duda eterna y la resolvió al instante; había llegado hasta allí por motivos imperiosos y no estaba dispuesto a ceder por más que su espíritu se abrasara en el infierno como una mariposa lo hace entre las llamas.

La entrada del caserón ya era la reproducción del averno. Él se precipitó en aquel lugar sin desmayos; en un segundo ya estaba dentro y no podía, no sabia, no quería echarse atrás. La sala era espaciosa y el suelo estaba cubierto de paja dorada. Antes había sido el lugar para las mulas, ahora era un lupanar para aquellos que no podían o no querían pagar la habitación y menos aún las sábanas limpias. En los muros de tierra y desconchones de cal colgaban algunos espejos y aquí y allí se exponían lujuriosos los calendarios de los camioneros. Al fondo se abrían dos corredores: a la izquierda subía una escalera y a la derecha un pasadizo que daba acceso a varias alcobas. La sala de entrada estaba ocupada por tres parejas, una de las tres impresionaba mirarla. Un hombre corpulento, calvo, desnudo, con los zapatos puestos y los pantalones caídos; ¡era el híper-retrato carnal que muestra el teatro del mundo! Allí estaba la imagen de Satán ensañándose con su víctima.

⎯ ¡Imponente, solemne como un guerrero!⎯


Así me dijo… Bien trabado y tensado en todos los extremos, atado con invisibles cinchas de cuero y fuertes tendones adiestrados en las faenas del campo. Sujeto con los brazos peludos y centradas las ingles, descargaba sus envites como lo hace un caballo. Lo hacía sobre un cuerpo menudo, con los pechos pendolones como los de una cabra primeriza. Ella tenía formas curvas, cabellera rubia, estaba bien peinada y con una rosa roja engarzada en una diadema de latón con ribetes de corona. Lo que más impresionaba era ver como se balanceaba con los empujes; ¡iba i venía como un ariete contra una muralla!

Para rellenar la llaga que se estaba abriendo en su psique, la escena se multiplicada en los espacios especulares de la pared. Las otras parejas, más prudentes y buscando los rincones, hacían de acompañantes en aquel escenario de repeticiones infinitas. Aquello era un río lujurioso desbordado en todas sus riberas.

Expectante y resuelto dijo para sus adentros:

⎯ ¡Qué escena virgen santa!⎯

Pagó la cama y las sábanas, entró, cerró la puerta y miró atentamente como ella se desnudaba. En aquel momento se sintió el niño mojado de antaño y esperó a que ella lo desnudara. Lo hizo tranquilamente mientras le miraba con ojos candorosos y le adulaba sin decir nada. Lo cabalgó con dulzura, acompañado de besos y caricias abundantes; por un instante fue la suma de todas las mujeres que se pueden soñar en el diminuto espacio del instinto. Fue un encuentro que giró todos los valores del universo. Ella era el sosiego de la tierra que se abre para conocer en profundidad los designios de la creación. Realizó un trabajo profesional y no exento de amor; hasta tuvo un detalle que se escapa a la sensibilidad común de muchas mujeres. Él era virgen y se circuncidó de manera natural. Como todo fue tan relajado sólo le salió un poquito de sangre. Ella lo supo ver al instante y para no molestarlo, o para romper su promesa le dijo.

⎯¡Debes haberte cortado…! ¿quizá con un pelo?⎯

De repente dejó de ser un niño y pudo ver las cosas del amor con claridad. Las personas no pueden ser esclavas de los sentimientos, tienen que ser leales a la gravedad de lo que es importante, el amor, la confianza, la entrega y los soportes básicos de la vida, pero nunca quedarse sólo con la propiedad de la entrepierna del otro.

La fidelidad se evaporó con la imagen de la catequista y de la otra mujer aprendió que las cuestiones carnales no están necesariamente unidas al amor, son producto de la pasión y esta es corta de entendederas…

Salió de allí renacido y desde entonces se dedicó a los amores placenteros y a cubrir tantas hembras como pudo, tantas como ellas desearon ser cabalgadas…

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