jueves, 16 de febrero de 2012

El amante de arrayanes

La piedad y el amado. Foto de la generación índigo. 2012


El amante de arrayanes
Se descubrieron por pura casualidad en los albores de las primeras luces; ¡era el día de los encuentros!
Ella le dijo:

 -He venido para cumplir mi destino-

Llevaba en la mano un ramo de crisantemos y en sus ojos se encontraban los lagos profundos de la tristeza, no obstante resplandecían como lucernas  asombradas. Lo miró unos instantes y todo quedó explicado, el tiempo hizo el resto…
Juntos vivieron tantas pasiones que en sus cuerpos no quedó ningún rincón fuera de control; lo exploraron todo el uno del otro.

¡Fueron amores extraordinarios!

En un día genital como la lluvia, perfumado de tomillo y hierba de labrantío, se reveló toda la dimensión de sus pasiones. Estaban retozando como nunca entre las quebradas del monte, entre pinares y campos abandonados; allí, en un día para el recuerdo, se confesaron cuestiones terminales… Mientras unos remolinos voraces surcaban el cielo y sus cuerpos se entregaban con envites nunca ensayados: ella le dijo por segunda vez:

—¿Sabes?, ¡amo a otro hombre!

Fue entonces cuando llegó el trance inesperado.
Él la miró con dulzura y le dijo:

   Yo también… a través de ti...

Entonces hundió su rejón hasta el fondo y dejó la semilla en el surco…
Al instante dejó de existir: se evaporó como rocío entre flores de arrayán…

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